Dime cómo te criaron y te diré cómo es tu relación de pareja

Desde la infancia, la educación y los valores que recibimos moldean nuestras expectativas y comportamientos en la vida adulta, especialmente en las relaciones de pareja. Lo que aprendimos en casa influye tanto para bien como para mal. Pero, ¿hasta qué punto afecta y qué podemos hacer al respecto?

Si los valores con los que te criaron coinciden con los de tu pareja, es probable que la relación fluya con mayor armonía. Tener principios comunes genera una base sólida que facilita la comprensión y el respeto mutuo.

Sin embargo, cuando estos valores y preceptos difieren drásticamente, la relación puede enfrentarse a problemas. ¿Por qué? Porque las expectativas, la forma de ver el mundo y las reglas que rigen el comportamiento de cada uno pueden chocar.

Pero no todo está perdido cuando hay diferencias. Las relaciones saludables no se basan en la rigidez, sino en la flexibilidad y el diálogo. Si entras en una relación con una mentalidad rígida, pensando que la forma en que te criaron es la única válida, lo más probable es que la relación fracase.

La rigidez y la inflexibilidad son venenos para las relaciones. El secreto está en la capacidad de adaptación y la creación de una nueva cultura dentro de la pareja. Se trata de establecer sus propios valores, sus propias normas y construir algo en conjunto.

El éxito de una relación de pareja no depende solo de lo que traes de tu familia de origen, sino de la capacidad de ambos para crecer juntos y generar su propia vida, con sus propios principios.

Así, la relación se fortalece y evoluciona, permitiéndoles a ambos ser adultos que crean una moral compartida y flexible, en lugar de aferrarse a ideas que quizás ya no funcionan.

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